Razones para escribir

Nos iniciamos en el mundo de la bicicleta con alforjas en Semana Santa de 2011, con un recorrido desde Valença do Miño hasta Oporto (los pormenores del viaje se pueden ver en http://www.portugalenbicicleta.blogspot.com). En esta ocasión, en julio del mismo año, decidimos repetir Portugal pero en sentido inverso, desde Lisboa hasta Oporto. Para este viaje y por esas casualidades de la vida, contamos con un gran portugués como compañero de viaje, José Saramago, ese hombre especial que a buen seguro no se equivocaba cuando decía que el afecto que los lectores le profesaban era debido a que sabían que no les engañaba, ni cuando escribía, ni cuando hablaba. Arrancamos en Lisboa desde ese olivo centenario traído de su aldea natal, Azinhaga, bajo el que reposan sus restos y llevamos en las alforjas su “Viaje a Portugal” como guía inmejorable y su “Palabras de una ciudad”, esa carta de amor dirigida a Lisboa, donde forjó su pensamiento.

domingo, 28 de agosto de 2011

De Lisboa a Oporto con Saramago de guía y algunas de las Siete Maravillas de Portugal en el horizonte

1ª etapa. Sábado 16 de julio
Lisboa–Belem–Oeiras–Estoril-Cascais. (27 km).
2ªetapa. Domingo 17 Julio
Cascais–Azoia-Almocageme-Mucifal-Janas-Ericeira. (45 km).
3ªetapa. Lunes 18 Julio
Ericeira–Casal do Talefe-Barril-Escravelheira-Coutada-Casal da Relva-Silveira-Porto Novo-Ribamar-Lourinha. (38 km).
4º etapa. Martes 19 Julio
Lourinha–Óbidos-Caldas da Rainha-Seixas-Tornada-Famalicao-Quinta Nova-Nazaré. (52 km). 
5ª etapa. Miércoles 20 Julio
Nazaré–Legua-Vale de Paredes-Praia da Pedra do Ouro-Sao Pedro de Moel-Praia da Vieira–Monte Real (38,5 km). 
6ªetapa. Jueves 21 Julio
Monte Real-Monte Redondo-Carriço-Marinha das Ondas-Figueira da Foz. (45,9 km). 
7ª etapa. Viernes 22 Julio
Figueira da Foz–Faro-Sierra da Boa Viagem-Quiaios-Lagoas-Mata Nacional das Dunas de Quiaios-Praia de Mira-Barra de Mira-Vagueira-Vagos. (52,7 km). 
8ª etapa. Sábado 23 Julio
Vagos-Vagueira-Costa Nova-Barra-San Jacinto-Torreira-Furadouro-Maceda-Cortegaça-Esmoriz-Espinho-Granja(51,7 km).
9ª y última etapa. Domingo 24 Julio
Granja-Miramar-Vila Nova de Gaia-Porto. (32,6 km).

sábado, 27 de agosto de 2011

¡Arrancamos!

A las 5 menos diez estábamos en ruta. Queríamos llegar a Valença con un poco de margen para montar las bicis con tranquilidad, sacar los billetes y tomarnos un café. El tren salía a las 7:35 y llegamos a las 6:50. En principio, tiempo de sobra. Poco después nos dimos cuenta de que era demasiada sobra porque no contábamos con que en Portugal era una hora menos, es decir, las 5:50 h. Nos acordarnos de lo mal que nos había sentado la alarma del despertador a las 4:30, cuando no llevábamos ni dos horas en la cama y decidimos invertir un rato en acercarnos a desayunar a Tuy, a la que no entramos desde que la carretera pasa directamente a Portugal. El viaje hasta Oporto, bien, sin problemas (9,35 € cada uno con bici incluida). Lola hizo todo el trayecto durmiendo y yo observando el paisaje y al personal variopinto que llevábamos en el vagón, con especial atención a las miradas de deseo que la inglesita treintañera de los asientos de delante le dirigía al jovenzuelo que se había ligado para hacer un viaje por España y Portugal. También llegamos a Oporto (a las 10:05) con margen suficiente para coger sin problemas el tren rápido que nos llevaría (21€ c/u) desde Porto Campanha hasta Lisboa (a las 10:52), el auténtico comienzo de nuestro periplo ciclístico. Pero, el margen pasó instantáneamente a parecernos totalmente insuficiente cuando a las 10: 15 la funcionaria de los Comboios de Portugal nos dijo que los trenes rápidos no admitían bicicletas más que como equipaje de mano y que, para viajar así, deberían de ir convenientemente embaladas. Había posibilidad de ir a Lisboa con varias combinaciones y transbordos de trenes normales. Yo me quedé con las bicis mientras Lola iba al Gabinete de Apoio ao pasageiro, pero estaba claro que no habría más remedio que correr si queríamos llegar después hasta Cascaes, pues la opción de coger varios trenes nos retrasaría considerablemente. Lola volvió al cabo de unos minutos con el mismo convencimiento de que había que moverse rápido en busca de algún remedio para continuar viaje.
Las bicis convertidas
en equipaje de mano

Salimos a toda pastilla a un chino cercano en el que encontramos plástico para embalar y cinta adhesiva. Otra vez a la estación a por los billetes (10:35) y a correr al andén, desmontar las bicis y darles con éxito y en pocos minutos  aspecto de paquete de regalo para que nos dejaran entrar al tren de alta velocidad con ellas como equipaje de mano. Y lo conseguimos. Como no podía ser menos, lo primero que hicimos al llegar a Lisboa fue ir a ver el olivo bajo el que reposan las cenizas de nuestro compañero de viaje, José Saramago.
Bajo el olivo traído de Azinhaga
reposan las cenizas de Saramago
Quizás el sitio sea el más adecuado tratándose de una persona tan discreta como él, pero yo me esperaba otra cosa. Después de la foto de rigor atravesamos de este a oeste la ciudad e iniciamos la marcha hacia Cascaes. Es sábado y hay mucho tráfico. Paramos al poco tiempo para ver, muy cerca una de la otra, dos de las siete maravillas de Portugal, la Torre de Belem y el Monasterio de los Jerónimos. Dos delicias auténticas.

El camino discurre hacia el oeste por el estuario del Tajo. Muchas playitas y mucha gente. Cuando las circunstancias lo permiten circulamos por la acera para evitar el tráfico rodado, que es un tanto agobiante. Atravesamos Estoril y después de pedalear 32 km llegamos a Cascaes, una ciudad, de entrada, sin mayor atractivo, turística y aparentemente muy apreciada por los  veraneantes. Algo así como cualquier población de la costa alicantina o valenciana en plena temporada estival. Uno, lo mismo que su compañero Saramago, tiene más de viajero o de curioso que de turista y, en principio, no se siente muy tentado por este
La torre de Belem, una de las Siete
maravillas de Portugal
tipo de lugares. Nos alojamos en una albergaría llamada Valbom (Avenida Valbon, 14, tel. +351-214865801, 70 €/doble), cuyo principal valor no es otro que una cama estupenda en la que uno cae con una sensación de agotamiento total nada más cerrar la puerta del cuarto. Uno, que no es mayor pero ya ha dejado la juventud hace algún tiempo, quiere achacar a la edad el motivo de su excesivo cansancio, pero un breve repaso añade otros factores al análisis, entre los cuales no son menores el haber dormido dos horas, el haberse levantado a las 4 y media y el no haber comido. Sabedores de todo esto, la ducha se hace rápido y en el primer restaurante que encontramos a la salida del hotel nos metemos a solucionar el desaguisado corporal con unas sardinas a la brasa y unas lulas grelhadas, bañadas con un viño verde fresquito, que nos recomponen la figura. Esto y el meterse en la cama a las 8 y media son motivos suficientes para hacernos pensar en iniciar la jornada de mañana con otra disposición.

viernes, 26 de agosto de 2011

Segunda etapa. Cascaes-Ericeira

Domingo, 17 de Julio. Cascaes-Ericeira


Efectivamente percibimos el día de una manera mucho más optimista cuando estamos descansados. Empezamos la jornada contentos, a pesar del carácter seco que tiene la desgracia de tener el hombre de la recepción (Albergaría Valbom en la avenida Valbom 14, nada digno de mención, 70 euros la noche). Incluso la parte ribereña de la ciudad que no habíamos visto ayer, nos parece atractiva. Para contribuir a nuestra euforia, a la salida de Cascaes rodamos por un cómodo carril bici que discurre por un paraje encantador a orillas del mar. Nos paramos en la Boca do Inferno para ver el trabajo que la madre naturaleza ha realizado en el acantilado. La concentración de pescadores hace pensar que no sólo es un sitio hermoso, sino también que el mar es generoso en este punto en lo que a peixe se refiere. Al finalizar los 9 km de carril bici parece acabarse también nuestra buena suerte pues empieza a empinarse la carretera y un fuerte viento de frente nos dificulta enormemente el avance. Dicen los ciclistas (y debe ser verdad), que en la bicicleta todo da por el culo menos el viento, que siempre da de cara.  El ascenso por el Parque natural Sintra-Cascaes se hace a duras penas y el esfuerzo no nos permite disfrutar en condiciones del paraje natural que nos rodea. Desde Malveira da Serra la preciosa carretera se ondula y serpentea.


A la llamada de estas características del terreno un nuevo agresor irrumpe en el escenario, un desfile continuo de motos de gran cilindrada haciendo el salvaje a una velocidad endemoniada nos amenaza. Nos rodean por todas partes. Se adelantan entre ellas y nos adelantan a nosotros con pocos centímetros de margen y con un estruendo atronador. Y uno se siente inseguro y encima recuerda para más inri que estamos en un Parque Natural. Todo lo que hemos tardado horas en subir lo bajamos en pocos minutos. La parada en Colares con refrigerio incluido y el camino fácil que nos lleva a Praia das Maças nos hace pensar que el martirio ha remitido. Nada menos cierto. Sigue apretando el viento de cara y la carretera se vuelve a empinar. Y cuando uno pierde el fuelle le da por pensar que a lo peor ya está viejo para estas cosas, a lo que su amigo Saramago le responde susurrándole al oído que únicamente comienza la vejez cuando se acaban las ilusiones. Como uno ha puesto puñados de ilusión en este viaje sabe que no es la vejez la que le machaca, sino la dureza del camino. Después de sudar la gota gorda, en un pueblecito apodado Aldeia em verso Lola entra a comprar agua y yo, mientras tanto, hablo con un paisano acerca del recorrido que nos queda por delante hasta llegar a Ericeira. Él calcula que faltan aproximadamente  40 km y que la carretera es complicada, con muchos repechos. Unos metros más adelante les preguntamos en el mismo pueblo a unos obreros y nos contestan que nos faltan unos 18 km y que prácticamente es todo llano. Las informaciones que nos dan acerca de las distancias y las dificultades suelen ser contradictorias. Uno no acaba de entender que una única realidad dé lugar a interpretaciones tan diversas. Y quiere pensar que tiene alguna explicación. Y piensa que una bien pudiera ser que en Portugal las señales indicadoras advierten en los cruces acerca del camino que hay que tomar para dirigirse a tal punto o a tal otro, pero nunca acompañan la indicación con la distancia que separa al viajero de ese punto. En nuestro caso, la realidad estaba, como casi siempre suele estar, en algún punto intermedio.

Los tranvías ponen una nota
nostálgica en Portugal
Atravesamos como podemos por Fontanelas, Aldeia Galega, Odrinhas, Alvarinhos, Pobral, Carvoeira y por fin, Ericeira. No nos lo creemos. El cuentakilómetros de la bici dice que hemos hecho 62 km. Son las cinco y media de la tarde y hemos salido de Cascaes a las 8 y cuarto. Buscamos el hotel, el Casa do Sol, que nos gusta, una casita decorada con gusto, alejada del cogollo de la villa (rua Prudencio Franco da Trinidade, 1, +351-1261867182) y regentada por un hombre muy atento con ganas de agradar. La ducha nos hace revivir y decidimos lanzarnos a conocer la ciudad. Está ubicada en un acantilado con un puerto pesquero importante y una playa resguardados del mar bravo que sacude la costa gracias a un gran dique, que observamos desde lo alto. Los azules predominan. La gama varía del azul celeste al añil de las fachadas de buena parte de las casas, pasando por toda la gama de los azules marinos. El paseo es agradable.
Una curiosa fachada-puzzle

Al atardecer y de regreso al hotel aparecen Teresa y Chus, que acaban de llegar de Madrid para unirse a la expedición que recorre Portugal en bicicleta con Saramago. Se instalan y nos vamos a cenar. Un arroz caldoso con rape y otro con marisco bien regados con un blanco fresquito y atendidos por un simpático Luis, dicharachero, buen comercial y casado con una barcelonesa. El restaurante es Toca do Caboz, de los mismos dueños que el Prim, que es el que se lleva la fama del buen yantar en el pueblo, está en la rua Fonte do Cabo y la cena en la terracita callejera supuso un total de 98 euros. Bien pero caro.

martes, 23 de agosto de 2011

De Ericeira a Lourinha



En principio, la etapa parece no tener muchas complicaciones. Treintaytantos kilómetros paralelos al mar, más o menos. Chus hará la primera parte del camino con nosotros hasta Escravilheira (unos 15 km) y luego,  la relevará Teresa. Aunque el desayuno es a las 8 Chus viene a llamarnos a las 6:40. La hora de diferencia entre España y Portugal tiene la culpa. Lo mismo que nos pasó a nosotros en Valença. Al final el desayuno resulta muy agradable en el patio cubierto del jardín de la casa. Salimos de Ericeira cómodos, por un carril bici que nos va mostrando en sesión continua un Atlántico embravecido, impetuoso, ese mar llamativo y potente que hace las delicias de los surferos que vienen de todas partes a buscar sus olas y de cualquier viajero que quiera disfrutar de las delicias del paisaje marino.
El mar, espectacular, bate con
fuerza en la costa  portuguesa

El viaje resulta entretenido y sin mayor complicación hasta Escravilheira. Allí nos espera Teresa. Dejamos las bicicletas en un restaurante de carretera y, tal como estaba previsto, nos dirigimos en coche a visitar el pueblo natal de Saramago, Azinhaga, a pocos kilómetros. Al llegar, nos paramos a preguntarles a dos paisanas y la cara de desconocimiento que ponen nos desconcierta totalmente. No saben nada de la casa ni conocen al escritor. No puede ser. Tiene que haber algún fallo. Nos paramos y dándole cuatro vueltas lo encontramos. Estamos en otro Azinhaga. Hay dos y estamos en el equivocado. Ni siquiera nos lo habíamos planteado. Nos volvemos con nuestro gozo en un pozo y sin poder apreciar lo que pretendíamos. Retomamos el camino hacia Lourinha, ahora con Teresa bicicleando. Al terminar de subir una cuesta y cuando pensamos que ya falta poco, paramos en unas casas a preguntar y el  hombre nos dice que nos faltan ¡unos 30 kilómetros! ¡No puede ser! ¡Casi como si estuviésemos empezando! Pensamos que tiene que haber un error y continuamos otros cuantos kilómetros. Al llegar a A dos cunhados preguntamos de nuevo en una tienda. Las dependientas, muy atentas, lo buscan en internet y el veredicto de san Google Maps sentencia que ¡nos quedan 14,2 kilómetros! Dudamos si en algún momento nos habremos desviado y hecho kilómetros de más porque se nos hace eterno.

Saramago (también en esto) nos da alguna clave al respecto. Saca a relucir  el gran conocimiento que tiene de su tierra cuando asegura “que estos caminos están medio locos, que se lanzan en grandes propósitos de servir todo cuanto por aquí es pueblo, grande o pequeño, pero no van nunca por lo más corto, se distraen con un subir y bajar de colinas”. Una vez aprendida la lección apretamos los dientes y nos dedicamos otra vez a pedalear, otra vez a subir y bajar colinas rumbo a Lourinha. Al salir de Maceira, un pueblo chiquitín, y a la vista de una subida imponente, decidimos echar pie a tierra y parar un momento a respirar y a refrescarnos.

Entramos en  un bareto pequeño que atiende una señora encantadora, que nos habla de los refranes que salpican las paredes del local, de lo saludable que es la guindilla y de la forma adecuada de dar las gracias en portugués, entre otras cosas. Nos regala unas ciruelas, unos cacahuetes riquísimos y unas habas picantes fritas, hechas por ella. Un cliente nos dice que nos quedan unos 8 kilómetros: Uno y medio de subida hasta Ribamar y luego ya todo bajada continua hasta Lourinha. El momento agradable que hemos pasado en el bar hace que salgamos animados del establecimiento, pero nuestro contento se aplana al instante a la vista de la terrible subida que nos espera. Nos retorcemos como podemos unos cientos de metros sobre el sillín, pero pronto agarramos la bici del ramal hasta llegar a la cima. Por suerte, en lo  alto comprobamos que el hombre del bar no nos había engañado. La bajada es placentera y larga. Nos hacemos una foto en el cartel de entrada al pueblo. La bici marca 48 kilómetros. Bastantes más de lo previstos inicialmente.

Por suerte el Residencial Figueiredo en el que nos alojamos nos parece una maravilla. Es poco más que una casita en las afueras del pueblo. Un lugar acogedor, bien cuidado, apacible, agradable y con una piscina de agua caliente de la que disfrutamos con placer (Largo Mestre Anacleto Marcos da Silva. Tel 261422537. Habitación doble con desayuno: 45 €). Nos damos un paseo por el pueblo. Podemos apreciar en la plaza el sobrio pero llamativo convento de Santo Antonio, declarado Monumento Nacional, pero es tarde para visitar la Santa Casa da Misericordia que nos había recomendado Saramago y el Museo, que es conocido por poseer una gran colección de fósiles de dinosaurios. Cenamos estupendamente y a buen precio en un bar detrás del ayuntamiento y frente al mercado, A Tasca do Joao (rúa Porto Carro nº 31). Dos raciones de frango, dos de bacalhau, ensalada, una botella de agua y otra de vino, 25,50 euros. Rematamos con un helado en la plaza del pueblo.

lunes, 22 de agosto de 2011

A Nazaré pasando por Óbidos

Martes 19 de Julio. Lourinha-Nazaré


Una de las cosas que uno tiene que agradecerle sin reservas a este viaje es permitirle estar conociendo más de cerca a Saramago. Sin ninguna duda y desde siempre un magnífico y reconocido escritor, pero también una excelente persona y para uno, desde ahora y para siempre, un ejemplo admirable de viajero. Saramago no tiene reparo en recomendar a todo el mundo con absoluto convencimiento que cada cual “viaje según su proyecto propio, dé mínimos oídos a la facilidad de los itinerarios cómodos y de rastro pisado, acepte equivocarse en la carretera y volver atrás o, al contrario, persevere hasta encontrar salidas desacostumbradas al mundo. No tendrá mejor viaje. Y si se lo pide la sensibilidad, registre a su vez lo que vio y sintió, lo que dijo u oyó decir”. A uno le gusta Saramago porque viaja como a uno le gusta viajar. Lo comentamos entre nosotros mientras desayunamos en Lourinha y se lo decimos a él. Decidimos hacer la etapa del día en dos tramos, el primero hasta Óbidos.

El recorrido (por Sao Bartolomeu dos Galegos y Serra d‘El Rey) se hace entretenido a través de carreteras secundarias sin grandes complicaciones, rurales, tranquilas y fundamentalmente adornadas con campos de frutales y cosechas de calabazas y maíz. El viento intenso y en ocasiones racheado es nuestro enemigo más pegajoso. Nos paramos en algún momento a darnos el gustazo de robar unas peras, algo duras todavía, pero deliciosas de sabor.

Realmente es fácil pedalear en estas circunstancias tan relajantes (a pesar incluso del viento) y así se nos hacen cortos los cerca de 30 km que nos separaban de Óbidos (Teresa, que nos espera a la entrada de Óbidos enfrascada en la lectura del Viaje a Portugal de Saramago, se sorprende cuando nos ve llegar). Compramos algo de beber y unas galletas en un supermercado y dejamos allí mismo las bicis mientras nos acercamos y nos entretenemos un buen rato viendo el castillo de Óbidos, otra de las Siete maravillas de Portugal.

El lugar es impactante y el castillo una maravilla, pero está lleno de tiendas con souvenirs y reclamos de todo tipo. La belleza del lugar queda un tanto eclipsada por esta puesta en escena muy enfocada a los turistas, con lo que, inevitablemente, cualquier maravilla pierde autenticidad. Lola no se encuentra demasiado bien por lo que, para los casi 40 km que quedan como resto de la etapa (Caldas da Rainha, Seixas, Tornada, San Martinho do Porto, Famaliçao y  Quinta Nova) para llegar hasta Nazaré, uno pierde a una de sus compañeras de viaje y los hace exclusivamente con Teresa, que, por cierto, demuestra estar muy fuerte y bien acoplada a la bicicleta.

El camino cunde, los kilómetros vuelan, nos entretenemos poco. Tres o cuatro paraditas de corta duración para beber algo de líquido y reponer fuerzas y otra un poco mayor para admirar la enorme bahía natural de Sao Martinho do Porto, un privilegio natural que deja la enorme playa al abrigo de laos duras embestidas del Atlántico. Cuando llegamos al Hotel Da Nazaré (Largo Zuquete 7, ninguna maravilla reseñable, 60 €/doble), Lola y Chus se quedan un tanto alucinadas de nuestra meteórica carrera. Cenamos en un sitio que nos recomiendan llamado A Tasquinha y acertamos (Sopa de legumbres, dorada a la plancha, sardinas asadas y arroz caldoso de marisco, con vino normalito y agua: 65,80 euros). Después de cenar Lola se va a la cama y nosotros damos un paseo con ánimo de acercarnos al puerto. Le pregunto a un paisano si a esa hora ya habrán llegado todos los barcos con la pesca y me contesta que seguramente lo habrán hecho ya. Le hablo en gallego  y me cuenta cosas de su vida, de lo bien que se entiende con los gallegos, de su estancia en Francia como emigrante y de la vida cotidiana en Nazaré.
Uno, que no es precisamente viajero precoz y que, por otra parte, en modo alguno puede alardear de dominar idiomas, se encuentra en Portugal a gusto. En primer lugar porque, a pesar de Europa y de la innegable afinidad galaico-portuguesa, se sigue sintiendo extranjero en Portugal. Tiene uno la sensación de hacer un viaje internacional cuando se desplaza al país vecino, no acaba de meter en la misma cesta un viaje a Burgos que un viaje a Lisboa. Y, en segundo lugar, se siente a gusto porque tiene la impresión de que, a pesar de su déficit lingüístico, en Portugal sabe hablar idiomas, es casi un políglota experimentado porque le entiende todo el mundo. El recorrido por el paseo marítimo de Nazaré termina pronto a pesar de lo entretenido del lugar a esa hora porque los paseantes no pueden ocultar (y así lo manifiestan en varias ocasiones) que están bastante derrengados.

Entre pinares camino de Monte Real


El comedor del hotel dispone de amplias cristaleras que nos permiten disfrutar de unas privilegiadas vistas panorámicas de Nazaré. Mientras desayunamos, Saramago nos propone que cuando dejemos el hotel cojamos el ascensor para subir al Sitio, “para ver desde allá, desde lo alto del caserío que va avanzando hacia el sur, la suave curva de la playa, el mar siempre trayendo espuma, la tierra siempre deshilachándola”.

Lo dice de una forma tan poética y con tanto convencimiento que no ponemos ninguna objeción a la propuesta y al dejar el hotel nos vamos para arriba en el tren de cremallera que, en un par de minutos, por 0,95 € (cada uno y su bici) y sin despeinarnos, nos libra del sofocón de conseguir nuestro objetivo a golpe de pedal. Una vez arriba comprobamos que Saramago sabía lo que decía. La vista es sencillamente espectacular. Se aprecia la costa y la playa desde una atalaya de privilegio y desde una altura considerable.

A uno, salvando las distancias y con todo respeto, le recuerda a las pinturas de Juan Genovés en las que, a vista de pájaro representa multitudes o colectivos de gente en imágenes en las que no aparecen ni edificios, ni carreteras, ni árboles, lo que proporciona a la composición una sensación de ansiedad o de inquietud. El lugar resulta muy atractivo, con una plaza llena de actividad y una capillita deliciosa con una pequeña imagen de la virgen que nos llama mucho la atención por su belleza y unas tiras preciosas de azulejos recolocadas de manera totalmente anárquica sin orden ni concierto.

Después de disfrutar un buen rato de los trajes regionales de las vendedoras, del entorno y de las vistas arrancamos hacia Sao Pedro de Moel, donde fijamos nuestra meta volante, fin de la primera parte de la etapa, que Teresa hará en el coche escoba. El camino resulta realmente placentero gracias a la carretera tranquila que discurre con poco tráfico entre un extenso bosque de pinos y el carril bici, del que disfrutamos prácticamente en soledad. Poco después de pasar Paredes de Vitória nos paramos en una subida a hablar con unos ciclistas, que nos dicen (en contra de lo que suponíamos) que la ciclovía llega hasta Sao Pedro. Pocos minutos más tarde divisamos a lo lejos a Teresa, que ha dejado el coche en Sao Pedro de Moel y viene a nuestro encuentro.

El pinar que atravesamos es una delicia. Son pinos resineros como los del rodenal de Cobeta. A diferencia de aquellos, aquí aún se les sigue sangrando para extraerles la resina. Nuestro amigo Saramago es un gran conocedor de la zona y nos dice de forma muy poética que ninguno como este bosque de Sao Pedro de Moel merecería tener por habitantes hadas, gnomos y duendes. Estamos en medio de un espacio protegido, la Mata Nacional de Leiria. El camino está salpicado con áreas de descanso específicas y muy adecuadas para bicicletas y ciclistas, en alguna de las cuales nos detenemos para recuperarnos del esfuerzo y solazarnos en el césped. Una gozada.

Desde la última parada hasta Praia da Viera el carril bici es una recta que parece no terminar nunca por culpa de ese latoso viento en contra que nos acompaña desde Cascaes. Cuando por fin llegamos a Praia de Vieira nos entretenemos un rato tomando algo de líquido y unos cacahuetes. Teresa y Chus se prestan a acercarse en el coche a buscar refrescos y agua. Lo que en principio debería de ser solamente un instante se convierte en una eternidad. Pasa cerca de una hora. Parece que hubieran ido a buscar el agua al nacimiento del río. Cuando regresan nos cuentan su aventura con las agentes de tráfico, que las detuvieron por circular en dirección prohibida. Teresa estuvo muy rápida y les contó una milonga increíble que se creyeron (yo no he podido ver la señal que impide circular en este sentido porque acabo de recoger el coche, que me lo dejó aparcado otro de los miembros de la expedición ciclista en ese restaurante y al salir del mismo no hay señal alguna de prohibición).

Al final, se libraron de la multa por los pelos. Hicimos varios Intentos inútiles para dejar las bicis en un camping o en algún garaje para poder evitarnos hacer el viaje hasta Monte Real sabiendo que tenemos que volver por aquí mañana, pero no resulta, por lo que retomamos sin muchas ganas las bicis. En el pequeño pueblecito de Monte Real nos sorprendemos con el Hotel Flora (Rua Duarte Pacheco, tel.: 244612121, www.flora-hotel.com, 52 euros la habitación doble), una maravilla, muy cuidado, con atención esmerada (sobre todo por parte de una chica llamada Elise) y una piscina climatizada que disfrutamos intensamente y con la única compañía de otra pareja de vascos afincados en Burgos.

viernes, 19 de agosto de 2011

De camino hacia Figueira da Foz

Jueves, 21 de julio. Monte Real-Monte Redondo-Carriço-Marinha das Ondas-Figueira da Foz.


Salimos sin muchas prisas del hotel Flora cuando eran ya casi las 10. No llevábamos ni una hora de camino y nos paramos en un taller a que nos ajustasen un poco el cambio porque no iban nada bien nuestras bicis. Quince minutos de demora y seis euros solucionan a la perfección el pequeño problema. Circulamos por un carril bici estupendo en una carretera poco transitada que nos lleva a la Lagoa de Ervedeira entre un bosque de pinos y eucaliptos. Todo rueda a favor. Incluso, por momentos, finalmente el viento decide dejarnos un poco tranquilos. Sin embargo, uno no va haciendo la etapa tan a gusto como era de esperar, no se encuentra del todo bien. Piensa que quizás las dos comidas diarias, cena y desayuno, se hacen demasiado abundantes y sin suficiente espaciamiento entre una y otra. Por eso se siente inflado, incómodo. Por si fuera poco, las rozaduras del culo le tienen martirizado.

Quizás sea la falta de rodaje previo, quizás tenía que haberse preocupado de haber hecho callo en el trasero antes de arrancar para no estar dolorido ahora. Todo eso hace que avance más despacio que Lola y Chus y que tenga que levantarse (siempre que la circulación y la orografía lo permiten) del sillín para aliviar en la medida de lo posible la zona noble vilmente castigada. El carril bici es muy cómodo y muy tranquilo para avanzar despreocupado, pero se hace monótono cuando discurre a lo largo de una llanura de muchos kilómetros. Da la sensación de que no se acaba nunca. Cansado y en medio de esas rectas eternas parece que uno se encuentra inevitablemente consigo mismo. Aunque vaya rodeado de gente, realmente cada uno va avanzando independientemente, con su bici, con su vida y su soledad. Cada uno lleva a cuestas sus ilusiones, sus miedos y sus pasiones y con todo ese equipaje hace el camino. Se plantea uno muchas veces qué hace ahí, dándole vueltas de forma rutinaria a los pedales. Y se da mil respuestas convincentes y encuentra mil explicaciones razonables y lo justifica de mil maneras diferentes. Pero nota que no son aquellas las que le empujan. Sabe que en el fondo es algo sencillo que no sabe explicar.

En medio de la eterna llanura y de tanta elucubración a uno le viene insistentemente a la cabeza por motivos que desconoce una frase que en su momento le oyó a Saramago que dice algo así como que dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y que eso es precisamente lo que somos. Y vuelve a pensar en lo bien que piensa Saramago y en lo bien que dice lo que piensa. Un tipo grande este portugués universal. Por fin, llegamos a Carriço y ahí se acaba el carril. No tenemos más remedio que adentrarnos en la N-109, con mucho tráfico y, en principio, sin arcén. Por fortuna la cosa mejora pronto y la carretera, aunque sigue teniendo circulación abundante, pasa a disponer de un amplio arcén que permite un discurrir muy relajado para los ciclistas. Al cabo de un rato pasamos por Marinha das Ondas y de nuevo recordamos que, no hace mucho tiempo, Saramago nos decía que Portugal está tan impregnado de mar que incluso estando alejados de la costa los pueblos tienen nombres que les relacionan con sus ancestros marítimos. Éste es un ejemplo claro.

Nos paramos a tomar algo en un bar de carretera y Chus le pone un mensaje a Teresa para que salga a nuestro encuentro. Nos alcanza cuando llevamos recorridos 41,5 km y quedan todavía 10 para llegar a Figueira da Foz. En esta ocasión las que entran en el coche son las bicis de Chus y la de uno mismo y son Teresa y Lola las que hacen la última parte de la jornada sobre las dos ruedas. Al llegar a Figueira lo que no tendría que ser ningún problema se convierte en una auténtica aventura: encontrar el hotel en el que vamos a dormir. Sabemos que se llama Lazza y que está situado en la Travessa Nova, 2, pero ni lo reconoce el GPS ni tampoco parece conocerlo nadie de los muchos a los que preguntamos. Incluso nos dicen que debe haber algún error, que ese hotel no es de allí. Para solucionar el asunto decidimos acercarnos al cuartel de la policía en las afueras de la ciudad, pero ni el que está de guardia en la puerta ni el que nos atiende dentro conocen el alojamiento ni la calle y ponen en duda que sea un hotel de Figueira da Foz. Al final, san Google, como siempre, es el que nos saca del apuro.

El poli nos da las indicaciones pertinentes y 10 minutos más tarde entramos en este escondido hotel Lazza, nuevo, con un acabado muy moderno y amablemente atendido. Un tanto minimalista, diseño vanguardista, decoración sobria, líneas sencillas, cuarto de baño con paredes de cristal y espejos con truco en las habitaciones para que el cliente se vea estilizado. No tardan mucho en aparecer Lola y Teresa, que nos cuentan que las han pasado canutas con el viento al atravesar el puente de entrada sobre el río Mondego. Nos relajamos un rato en las habitaciones y a las 8 y media nos vamos a cenar a un sitio que nos recomiendan cerquita del hotel. Uno no acaba de sentirse bien, se encuentra destemplado, nota escalofríos, seguramente tiene algo de fiebre.

Vuelve a la habitación a por algo para abrigarse. Cena a base de sopas calentitas (sopa verde y de judías), sardinas y riquísimas marmotas (cariocas), agua, vino y postre, 40,10 euros (Restaurante A cataplana, Rúa Antonio Dinis, 34). La cena, estupenda, se ve interrumpida varias veces por las llamadas telefónicas que continuamente recibe Teresa. Es su cumpleaños.

jueves, 18 de agosto de 2011

De Figueira da Foz a Vagos

Viernes, 22 de julio. Figueira da Foz--Faro-Serra da Boa Viagem-Quiaios-Lagoas-Mata Nacional das Dunas de Quiaios-Praia de Mira-Barra de Mira-Vagueira-Vagos

Desayuno frugal. Uno no acaba de estar bien. Todo parece indicar que la salsa que acompañaba la merluza en la cena del hotel Flora de Monte Real no nos sentó muy bien. A la vista de ello, uno opta por comenzar hoy la jornada motorizado, haciendo las veces de coche escoba y que sean las tres chicas las que comiencen la etapa pedaleando. Antes de salir le compramos unas gafas de ciclista a Teresa como regalo de cumpleaños, que recibe con auténtico entusiasmo. Eso, unido a la instalación de un flamante cuentakilómetros en su bicicleta le da una euforia añadida para enfrentarse a la etapa.

La salida, recorriendo la extensísima playa de Figueira da Foz, resulta verdaderamente deliciosa hasta doblar el cabo Mondego, pero la cosa comienza a complicarse desde el faro, en el que arranca la dura subida hasta Serra da Boa Viagem, aunque por fortuna no demasiado larga. Uno ve la cosa con menos dolor cuando sube motorizado. Saramago me comenta en el coche mientras ascendemos por la serpenteante sierra de Buarcos que “es un tanto exagerado darle ese nombre a un monte de poco más de doscientos metros, pero como asciende con prisa y está al pie del mismo mar, gana en grandeza”. Y es verdad. Una vez coronado el ascenso, el duro recorrido se convierte en un agradable paseo por medio de un paraje natural sin apenas alteraciones humanas.

Un suave descenso por una carretera sinuosa, bien asfaltada y sin tráfico, desemboca en Quiaios, un buen sitio para reponer fuerzas y el tornillo de las gafas de Lola que se ha perdido. De allí, la carretera que conduce a la playa de Mira, pasando por las Lagoas es una carretera con un firme un tanto irregular, pero prácticamente sin circulación y entre árboles. Una delicia cicloturística que las pedaleantes y uno mismo disfrutan con intensidad hasta  que se complica de forma salvaje en los ocho últimos kilómetros (desde el cruce de Palheirao,) por culpa del catastrófico estado del asfalto que hace de la carretera un camino impracticable.

Uno espera con ansiedad la llegada de las maltrechas aventureras poco después del camping Orbitur, en un área de recreo de la relajante Lagoa de Mira. Chus llega muy perjudicada porque el traqueteo ha hecho aflorar dolorosamente su lesión en las cervicales. Apenas se queja, pero la violencia del último tramo le ha robado el campanilleo que venía luciendo todo el día. Le ha cambiado el semblante y ha enmudecido. Se percibe a las leguas que está muy tocada. Sólo le falta llorar. Teresa le ayuda a hacer unos ejercicios de relajación para aliviar el dolor de cuello, que no logran solucionar del todo el problema pero se aprecia que lo alivian parcialmente.

Poco a poco recupera el habla y al cabo de un rato nos sentamos en una mesa a dar buena cuenta del melón, las uvas y las peras que hemos comprado en Quiaios. Nos lo tomamos con tranquilidad. Después, Lola y Teresa continúan la marcha y nosotros metemos la bici de Chus en el coche para hacer el último tramo hasta Vagos. El hotel Santiago en Vagos en un dos estrellas muy digno (Rua Padre Vicente María da Rocha, 20, tel.: 234793786, 50 € la doble). Sin grandes detalles, pero cómodo, limpio, funcional y magníficamente atendido por José Fernándes (cuando se presenta nos dice con un puntito de orgullo que en Portugal hay una especie de convencimiento colectivo de que todos los josés son buena gente). Este José al menos no desaprovecha ninguna oportunidad para agradar a los clientes, darles la información que precisen, sacarles de dudas, recomendarles lugares para ver o solucionarles cualquier problemilla que se les plantee.

A nosotros nos recomienda ir a cenar a un sitio a cincuenta metros que se llama Ferradura. Es una cafetería muy normal, pero nos atiende una chica muy maja, que nos sirve unos frangos muy ricos con ensalada y patatas fritas y todo muy bien de precio (26 euros, postre incluido). Al terminar de cenar Teresa nos invita a unos oportos para celebrar su cumpleaños.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Saramago con el 15M



Sábado 23 de julio. Vagos-Vagueira-Costa Nova-Barra-Sao Jacinto-Torreira-Furadouro-Maceda-Cortegaça-Esmoriz-Espinho-Granja.
Las dos noticias de España con las que abrimos el día son de signo contrario: de un lado la carga policial contra los indignados del 15M y de otro la dimisión de Camps como consecuencia de su imputación en el caso Gurtel. Durante el desayuno hablamos de ello. Tanto Saramago como nosotros pensamos que la rebeldía de los indignados del 15M es inevitable y una reacción necesaria contra la banalización de la política.

El escritor portugués les da toda la razón y su apoyo y, a propósito, dice que ya hace tiempo había dejado escrito que “las grandes masas están subyugadas, no por un poder ideológico sino por un fenómeno de globalización económica que se transformó en una globalización política. Es el poder económico el que decide, lo cual quiere decir que el poder no democrático es el que gobierna la democracia”. Ciertamente parece como si los indignados hubiesen leído las palabras de nuestro compañero y las hubiesen convertido en estandarte de su protesta. Lo del presidente valenciano era previsible a fin de no enturbiar el fácil acceso a la Moncloa que ahora tiene alfombrado Rajoy. Lo llevábamos esperando desde hace mucho tiempo pero ya desconfiábamos de poder llegar a oír en algún momento la noticia, por lo que nos alegra el día. Por fin, Camps dimite. Ya era hora.

Desde Vagos la carretera es tranquila y avanza en medio de un bosque de pinos muy altos, sin apenas tráfico y con un carril-bici en el lado izquierdo de nuestra marcha. No llevamos muchos kilómetros cuando en un cruce nos encontramos ya a Teresa. Ha dejado el coche en Costa Nova y ha pedaleado duro a nuestro encuentro. Costa Nova es un pueblo veraniego de casas llamativas con colores muy vivos. Al lado está Gafanha da Nazaré. Nos contaba José, el del Hotel Santiago de Vagos que hay varias Gafanhas y que eran lugares en los que se confinaba a la gente con lepra. El término viene de la palabra gafe.

Cogimos el ferry en el último minuto (11:59 h.) para atravesar la ría desde Forte Barra hasta Sao Jacinto (2€ per cápita). Un chico portugués nacido en Venezuela que ha estado trabajando en España se enrolla con nosotros durante el corto trayecto en el barco. Nos cuenta pormenores del camino que nos queda por recorrer y nos da ánimos. Suelen ser muy amables los portugueses a pesar de que los vecindajes normalmente llevan implícitas ciertas rivalidades. La carretera hacia Costa Nova avanza en una lengua de tierra que deja a la derecha la ría de Aveiro, mezcla de agua salada y dulce que circula inmensa ante nuestros ojos camino del mar, y a la izquierda el propio Atlántico, que no está al alcance de nuestra vista. Hay muchísimos pescadores apostados a lo largo del camino y casi todos con varias cañas, pero no coincide que alguno saque pieza a nuestro paso.

Hacemos una parada en Torreira en un área de descanso para ciclistas y frente a un embarcadero donde se amontonan esos típicos y multicoloreados pesqueros portugueses, a los que llaman moliçeiros. Uno cree haber oído que el nombre proviene de moliço, que significa alga, porque antaño se dedicaban a cogerlas con estas embarcaciones para luego ser utilizadas como abono en el campo. Al cabo de muy poco tiempo ¡aparece otra vez Teresa en la bici! Está muy potente. Se ha hecho el camino de ida en el coche hasta el cruce de Faladouro, como hemos quedado, lo ha dejado allí y se ha hecho 14 km del camino de vuelta en bicicleta mientras nosotros solamente recorrimos 13 km de ruta.

¡Una máquina! Nos explayamos un rato, hacemos algo de ejercicio, nos damos una vuelta por el embarcadero para ver con qué habilidad pescan las sardinitas y reanudamos la marcha. La llegada hasta donde Teresa ha dejado el coche se nos hace larga con el viento en contra. Cuando por fin llegamos tomamos algo de fruta y unos cacahuetes y continuamos por una carretera boscosa con mucho encanto hacia Esmoriz. De Esmoriz a Espinho tomamos nuevamente la nacional, con lo que aumenta un poco nuestra desesperación por culpa del tráfico, el cansancio acumulado y la falta de arcén. Al final, después de una etapa que se nos ha hecho muy larga con 80 kilómetros de pedaleo llegamos al hotel Requinte de Granja.

La cama redonda que hay en las habitaciones y una desconfianza exagerada por parte del recepcionista nos genera cierta tensión, que queda parcialmente aplacada con la ducha. Después, el del hotel nos explica que han detenido a unos etarras robando en un supermercado de Espinho y que han confesado que hay otros liberados en la zona preparando un atentado, por lo que la policía les ha obligado a extremar las precauciones. Unos exquisitos frangos y unas sardinas asadas, que devoramos en el restaurante Graciosa de Espinho, bien regados con un blanco duriense por algo menos de 50 euros ponen un perfecto broche final a esta jornada.

martes, 16 de agosto de 2011

El viaje no acaba nunca

Domingo, 24 de julio. Granja-Oporto.

El día amanece algo dislocado. Desde que nos levantamos huele a final, se respira otro tono. Hay algo en el aire que detecta que la aventura se acaba y lo esparce por el ambiente desde el primer momento, mientras desayunamos y cuando nos ponemos en marcha. Chus lleva el coche hasta el comienzo del carril bici que arranca en la playa y desde allí los cuatro hacemos juntos los primeros kilómetros de esta nuestra última etapa del viaje.

Cuando llevamos ocho kilómetros peleando con el viento nos paramos para hacer la foto de rigor y nos despedimos de Chus y Teresa, que ya se dan la vuelta en ese punto para iniciar el regreso. ¡Qué grandes compañeras de viaje! Todo lo hacen con ganas, no ponen nunca pegas y siempre tienen a punto una disposición permanente a colaborar. Un lujo de compañeras. ¡Gracias, Teresa! ¡Gracias, Chus! El resto de la etapa se nos hace difícil.

El carril bici aparece y desaparece como los ojos del Guadiana. La zona presumiblemente ofrecerá sensaciones completamente distintas cuando no es domingo y cuando no es verano, porque en estas circunstancias no tiene mucha gracia. No se sabe porqué, pero uno ya no disfruta como los demás días.

Es verdad que el viento es horrible y de cara, es verdad que la carretera no es demasiado agradable y está vestida de un tono domingueril que no resulta nada atractivo, y no es menos cierto que el cuerpo acusa en alguna medida el cansancio acumulado de todos estos días. Pero la realidad última es que nos gana la partida la sensación esa que nos embarga cuando llega el final de algo. Tratamos de resguardarnos y recurrimos a la indiscutible experiencia de nuestro buen amigo Saramago que, con tanto cariño, nos habla de la eternidad de los viajes:

“El viaje no acaba nunca. Sólo los viajeros acaban. E incluso estos pueden prolongarse en memoria, en recuerdo, en relatos. El fin de un viaje es siempre el inicio de otro. Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio. Hay que volver a los pasos ya dados para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino”
. Sabio Saramago. No tenemos duda alguna de que haremos buen caso de su experiencia.

Al girar al este para entrar en la ría el viento amaina y disfrutamos de esos pocos kilómetros que nos van adentrando hacia Vila Nova de Gaia y nos hacen revivir el primer viaje de ciclismo con alforjas por Portugal desde Valença hasta Oporto que hicimos en Semana Santa y que tan buenos recuerdos nos dejó.  ¡Qué bonito se ve Oporto con esta luz tan radiante desde esta orilla del río donde están las bodegas! A uno le gusta Saramago por razones varias, entre las que no es menor el aprecio que le profesa a un buen vino y esa capacidad para descubrir la poesía escondida en todo cuanto le interesa o le emociona (“en esta margen izquierda de Vila Nova de Gaia desaguan los grandes afluentes de las uvas aplastadas y del mosto, aquí se filtran, decantan y duermen los espíritus sutiles del vino, cavernas donde los hombres vienen a guardar el sol”).

Cruzamos después el puente de don Luis que nos mete en la ciudad y tomamos el funicular al otro lado del mismo para evitarnos la brutal subida pedaleando. Desde allí nos vamos a la Estaçao de Sao Bento que volvemos a admirar como cada vez que en ella estamos. Embarcamos las bicicletas en el tren, nos miramos con una mezcla de orgullo, pena y cansancio, e iniciamos el camino de vuelta a casa. En el tren, uno vuelve a releer aquello que José Saramago decía de Oporto en su Viaje a Portugal:

“Cuando el viajero esté de partida sabrá que allí hay un secreto que nadie le explicó, y eso es lo que lleva de Porto, un duro misterio de calles sombrías y casas de color terroso, tan fascinante todo eso como al anochecer las luces que se van encendiendo en las laderas de la ciudad junto a un río que llaman Duero”. Nos despedimos de nuestro particular Viaje a Portugal y de nuestro querido amigo Saramago con mucha pena y un totalmente convencido “Hasta siempre”.