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Las bicis convertidas
en equipaje de mano |
Salimos a toda pastilla a un chino cercano en el que encontramos plástico para embalar y cinta adhesiva. Otra vez a la estación a por los billetes (10:35) y a correr al andén, desmontar las bicis y darles con éxito y en pocos minutos aspecto de paquete de regalo para que nos dejaran entrar al tren de alta velocidad con ellas como equipaje de mano. Y lo conseguimos. Como no podía ser menos, lo primero que hicimos al llegar a Lisboa fue ir a ver el olivo bajo el que reposan las cenizas de nuestro compañero de viaje, José Saramago.
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Bajo el olivo traído de Azinhaga
reposan las cenizas de Saramago
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Quizás el sitio sea el más adecuado tratándose de una persona tan discreta como él, pero yo me esperaba otra cosa. Después de la foto de rigor atravesamos de este a oeste la ciudad e iniciamos la marcha hacia Cascaes. Es sábado y hay mucho tráfico. Paramos al poco tiempo para ver, muy cerca una de la otra, dos de las siete maravillas de Portugal, la Torre de Belem y el Monasterio de los Jerónimos. Dos delicias auténticas.
El camino discurre hacia el oeste por el estuario del Tajo. Muchas playitas y mucha gente. Cuando las circunstancias lo permiten circulamos por la acera para evitar el tráfico rodado, que es un tanto agobiante. Atravesamos Estoril y después de pedalear 32 km llegamos a Cascaes, una ciudad, de entrada, sin mayor atractivo, turística y aparentemente muy apreciada por los veraneantes. Algo así como cualquier población de la costa alicantina o valenciana en plena temporada estival. Uno, lo mismo que su compañero Saramago, tiene más de viajero o de curioso que de turista y, en principio, no se siente muy tentado por este
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La torre de Belem, una de las Siete
maravillas de Portugal
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tipo de lugares. Nos alojamos en una
albergaría llamada Valbom (Avenida Valbon, 14, tel. +351-214865801, 70 €/doble), cuyo principal valor no es otro que una cama estupenda en la que uno cae con una sensación de agotamiento total nada más cerrar la puerta del cuarto. Uno, que no es mayor pero ya ha dejado la juventud hace algún tiempo, quiere achacar a la edad el motivo de su excesivo cansancio, pero un breve repaso añade otros factores al análisis, entre los cuales no son menores el haber dormido dos horas, el haberse levantado a las 4 y media y el no haber comido. Sabedores de todo esto, la ducha se hace rápido y en el primer restaurante que encontramos a la salida del hotel nos metemos a solucionar el desaguisado corporal con unas sardinas a la brasa y unas
lulas grelhadas, bañadas con un
viño verde fresquito, que nos recomponen la figura. Esto y el meterse en la cama a las 8 y media son motivos suficientes para hacernos pensar en iniciar la jornada de mañana con otra disposición.
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