Razones para escribir

Nos iniciamos en el mundo de la bicicleta con alforjas en Semana Santa de 2011, con un recorrido desde Valença do Miño hasta Oporto (los pormenores del viaje se pueden ver en http://www.portugalenbicicleta.blogspot.com). En esta ocasión, en julio del mismo año, decidimos repetir Portugal pero en sentido inverso, desde Lisboa hasta Oporto. Para este viaje y por esas casualidades de la vida, contamos con un gran portugués como compañero de viaje, José Saramago, ese hombre especial que a buen seguro no se equivocaba cuando decía que el afecto que los lectores le profesaban era debido a que sabían que no les engañaba, ni cuando escribía, ni cuando hablaba. Arrancamos en Lisboa desde ese olivo centenario traído de su aldea natal, Azinhaga, bajo el que reposan sus restos y llevamos en las alforjas su “Viaje a Portugal” como guía inmejorable y su “Palabras de una ciudad”, esa carta de amor dirigida a Lisboa, donde forjó su pensamiento.

martes, 16 de agosto de 2011

El viaje no acaba nunca

Domingo, 24 de julio. Granja-Oporto.

El día amanece algo dislocado. Desde que nos levantamos huele a final, se respira otro tono. Hay algo en el aire que detecta que la aventura se acaba y lo esparce por el ambiente desde el primer momento, mientras desayunamos y cuando nos ponemos en marcha. Chus lleva el coche hasta el comienzo del carril bici que arranca en la playa y desde allí los cuatro hacemos juntos los primeros kilómetros de esta nuestra última etapa del viaje.

Cuando llevamos ocho kilómetros peleando con el viento nos paramos para hacer la foto de rigor y nos despedimos de Chus y Teresa, que ya se dan la vuelta en ese punto para iniciar el regreso. ¡Qué grandes compañeras de viaje! Todo lo hacen con ganas, no ponen nunca pegas y siempre tienen a punto una disposición permanente a colaborar. Un lujo de compañeras. ¡Gracias, Teresa! ¡Gracias, Chus! El resto de la etapa se nos hace difícil.

El carril bici aparece y desaparece como los ojos del Guadiana. La zona presumiblemente ofrecerá sensaciones completamente distintas cuando no es domingo y cuando no es verano, porque en estas circunstancias no tiene mucha gracia. No se sabe porqué, pero uno ya no disfruta como los demás días.

Es verdad que el viento es horrible y de cara, es verdad que la carretera no es demasiado agradable y está vestida de un tono domingueril que no resulta nada atractivo, y no es menos cierto que el cuerpo acusa en alguna medida el cansancio acumulado de todos estos días. Pero la realidad última es que nos gana la partida la sensación esa que nos embarga cuando llega el final de algo. Tratamos de resguardarnos y recurrimos a la indiscutible experiencia de nuestro buen amigo Saramago que, con tanto cariño, nos habla de la eternidad de los viajes:

“El viaje no acaba nunca. Sólo los viajeros acaban. E incluso estos pueden prolongarse en memoria, en recuerdo, en relatos. El fin de un viaje es siempre el inicio de otro. Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio. Hay que volver a los pasos ya dados para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino”
. Sabio Saramago. No tenemos duda alguna de que haremos buen caso de su experiencia.

Al girar al este para entrar en la ría el viento amaina y disfrutamos de esos pocos kilómetros que nos van adentrando hacia Vila Nova de Gaia y nos hacen revivir el primer viaje de ciclismo con alforjas por Portugal desde Valença hasta Oporto que hicimos en Semana Santa y que tan buenos recuerdos nos dejó.  ¡Qué bonito se ve Oporto con esta luz tan radiante desde esta orilla del río donde están las bodegas! A uno le gusta Saramago por razones varias, entre las que no es menor el aprecio que le profesa a un buen vino y esa capacidad para descubrir la poesía escondida en todo cuanto le interesa o le emociona (“en esta margen izquierda de Vila Nova de Gaia desaguan los grandes afluentes de las uvas aplastadas y del mosto, aquí se filtran, decantan y duermen los espíritus sutiles del vino, cavernas donde los hombres vienen a guardar el sol”).

Cruzamos después el puente de don Luis que nos mete en la ciudad y tomamos el funicular al otro lado del mismo para evitarnos la brutal subida pedaleando. Desde allí nos vamos a la Estaçao de Sao Bento que volvemos a admirar como cada vez que en ella estamos. Embarcamos las bicicletas en el tren, nos miramos con una mezcla de orgullo, pena y cansancio, e iniciamos el camino de vuelta a casa. En el tren, uno vuelve a releer aquello que José Saramago decía de Oporto en su Viaje a Portugal:

“Cuando el viajero esté de partida sabrá que allí hay un secreto que nadie le explicó, y eso es lo que lleva de Porto, un duro misterio de calles sombrías y casas de color terroso, tan fascinante todo eso como al anochecer las luces que se van encendiendo en las laderas de la ciudad junto a un río que llaman Duero”. Nos despedimos de nuestro particular Viaje a Portugal y de nuestro querido amigo Saramago con mucha pena y un totalmente convencido “Hasta siempre”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario